Movimiento ciudadano internacional, alternativas económicas y desarrollo social

Por Louis Favreau

“Cuando las hormigas se juntan,
pueden transportar un elefante”
Proverbio burkinés

La mundialización del último decenio y por lo tanto la interdependencia acrecentada entre las naciones de todo el planeta, hacen del periodo actual un periodo de profundos cambios que representan a la vez amenazas y oportunidades. A pesar de la derrota de proyectos de gran envergadura (socialista y “desarrollista”) y aun cuando la mundialización neoliberal representa indiscutiblemente una tendencia fuerte y durable, la correlación de fuerzas actualmente existentes no van en un solo sentido.

La coyuntura internacional es, en efecto, insegura e inestable. Lo que significa que los movimientos sociales pueden sacar partido de una situación claramente menos polarizada y cristalizada que con respecto a la época de la Guerra Fría. Como lo demuestra la movilización de organizaciones no gubernamentales internacionales (ONGI) durante numerosas cumbres y conferencias organizadas por la ONU (Rio, Beijing, Copenhague…), la respuesta a las negociaciones sobre finanzas y comercio internacionales (Seattle, Washington, Praga…) y la fuerte participación en los foros sociales mundiales (Porto Alegre), la sociedad civil se hace escuchar más hoy en el escenario mundial. En los años noventa, hemos asistido no solamente a una renovación de la protesta social en el plano internacional, sino también a la internacionalización y transnacionalización de redes, de organizaciones y empresas colectivas. Hoy en día, estas redes están además cada vez más aptas y resueltas a participar activamente en los grandes debates económicos y sociales. El texto de esta presentación busca despejar las principales líneas de fuerza de esta nueva coyuntura política internacional en la que los Movimientos Sociales juegan hoy una parte activa después de haber estado mucho tiempo en una situación mayormente defensiva.

1. Un movimiento ciudadano internacional en emergencia

La sociedad civil comenzó a hacerse escuchar en el escenario internacional, tal como fue el caso de las ONGI en los años 90, durante numerosas conferencias internacionales de la ONU. Se hizo escuchar igualmente en el marco de negociaciones de envergadura en comercio internacional como fue el caso de Seattle en 1999, de Quebec en 2001… y contra la guerra en Irak en 2003. En el transcurso de los años 90, hemos asistido, por lo tanto, a un ascenso de la protesta social en el plano internacional. Además hemos asistido también a la internacionalización de redes, organizaciones y empresas colectivas en la búsqueda de alternativas económicas para la mundialización neoliberal.

Globalmente, asistimos así, a través de decenas de miles de proyectos, a una nueva vitalidad de lo asociativo en el Norte (Rouillé d’Orfeuil, 2002; Defourny, Favreau y Laville, 1998), y a un resurgimiento de la sociedad civil y de decenas de miles de asociaciones en el Sur (Fall y Diouf, 2000; Defourny, Delvetere y Fonteneau, 1999;
Ortiz y Muñoz, 1998). Estas decenas de miles de proyectos traducen, de diferentes maneras, la aspiración a otra economía, a otro desarrollo, a otra mundialización y la importancia de asociarse para emprender en forma diferente (Demoustier, 2001).

Pero la sola conexión a una red a nivel internacional es suficiente si lo que queremos es poder influir en las políticas de los Estados, de las grandes organizaciones internacionales y aun de las multinacionales. Cada vez más las voces claman por una organización mundial de solidaridad más fuerte, en otros términos, por lugares de elaboración colectiva de proyectos y de propuetas de lucha contra la pobreza y por el desarrollo. En estos tiempos de mundialización, es decir de una creciente interdependencias entre las sociedades a la escala del planeta, varias razones nos conducen a esta propuesta: 1) la necesidad de comprender mejor los intereses en curso, los cuales se internacionalizan hoy más que ayer; 2) la necesidad de formular nuevos proyectos que respondan de manera más adecuada a los desafíos locales y a las posturas internacionales a que les están ligadas; 3) la necesidad de hacer circular informaciones por canales que no sean solamente los de los grandes medios capitalistas; 4) la necesidad de negociar alianzas y acuerdos de colaboración con instituciones internacionales abiertas a una mundialización más equitativa (OIT, PNUD…) etc. De donde se hicieron esfuerzos sostenidos en la última década para crear espacios internacionales de diálogo entre los ciudadanos del Norte y los ciudadanos del Sur del mundo.

¿Por qué intensificar, por lo tanto, los intercambios solidarios Norte-Sur y Sur-Sur? Porque una mundialización equitativa reposa no sólo sobre nuestros respectivos gobernantes, sino en gran parte sobre el dinamismo de la sociedad civil. En primer lugar existe la globalización financiera a la que debemos hacer frente. Son las finanzas más que la firma las que están al mando. Luego, está la fuerza de las multinacionales, el desarrollo de una industria cultural internacional, sobre todo norteamericana… Total, un capitalismo financiero internacional en plena efervescencia y liberado, en gran parte, de los controles públicos. Lo que ha debilitado considerablemente a los Estados y reducido casi a nada los avances sociales de periodos anteriores. Pero esta mundialización neoliberal abierta luego de la caída del Muro de Berlín (1989), no es un conjunto único de procesos. Al lado, e incluso a menudo contra la mundialización liberal se despliega otro conjunto de iniciativas que, sin constituir aún una fuerza socioeconómica y sociopolítica mundial, han superado el estado de las gestiones exclusivamente locales para inscribirse en otra mundialización que se desea social y equitativa. La economía popular, la economía social y solidaria y el desarrollo local participan de esta estrategia de lucha contra la pobreza que podríamos nombrar mejor si habláramos de una estrategia del primer desarrollo, el de las economías locales, que les fue negado a numerosas sociedades del sur, de este desarrollo que constituye el sustrato esencial de toda economía nacional y a toda inserción que no está en un sólo sentido en la economía internacional (Favreau y Fréchette, 2002; Verschave, 1994).

En todo estado de causa, sabemos que, para la inmensa mayoría de la población activa a través del mundo, la llamada mundialización ha incrementado la precariedad y ha conducido a que el futuro de todos (o casi todos) sea imprevisible. Globalmente, 75% de las personas de la mayoría de países del sur vive de esta manera y en los países del norte un 25%. Total, para abreviar, en el planeta, son 5 mil millones de pobres y 500 millones de ricos. La lucha contra la pobreza de la que se han apoderado todas las instituciones internacionales, en grados diversos y bajo formas distintas, desde casi una década, exige que le demos una perspectiva para que se convierta en un combate por el desarrollo y una empresa colectiva de renovación de modelos y estrategias de desarrollo (Sen, 2000; Bartoli, 1999). A falta de ello, los movimientos sociales se verán confinados a la gestión social de la pobreza sin nunca atacar las estructuras, políticas y mecanismos que generan esta pobreza.

Las organizaciones económicas populares, cada vez más numerosas y más necesarias, participan de una movilización social para favorecer la renovación del desarrollo y para (re) construir la democracia. Estas experiencias populares desde hace ya más de dos décadas, nos conducen, en la práctica, a poner sistemáticamente en práctica mecanismos de acompañamiento a las comunidades para regular problemas cotidianos de una manera duradera entablando, al mismo tiempo, un proceso real de gobernanza democrática, a relanzar el desarrollo territorial y a crear riqueza de otra manera, es decir a través del desarrollo de empresas con finalidad social. Estas iniciativas no hacen sino responder a necesidades sociales inmediatas. Ellas cuentan con los movimientos sociales y buscan edificar una correlación de fuerzas que permitan arribar a la construcción de nuevas políticas públicas. Porque estas iniciativas, más allá de responder a las necesidades, nos conducen al imperativo de construir nuevas instituciones democráticas y nuevos incentivos de desarrollo.

Las organizaciones económicas populares transformadas en empresas sociales y solidarias, nos introducen también, en la actualidad, y en el mismo terreno, no sólo a la ayuda a los países del Tercer Mundo y a la sola cooperación técnica, sino directamente a la de la solidaridad internacional: las redes locales/nacionales de economía social y solidaria –y los enlaces internacionales que se están dando- son avales valiosos para promover al nivel del planeta valores de justicia, democracia y desarrollo solidario. Porque estas redes se colocan ante las preocupaciones no mercantiles, son instrumentos de información y educación indispensables y contribuyen a alimentar permanentemente el debate con los Estados e instituciones internacionales sobre los riesgos que el futuro trae consigo y sobre la necesidad de construir una mundialización equitativa. Estamos sólo al principio de este proceso pero ya comenzó. Aquí hace falta evitar la política-ficción que nos hará creer por ejemplo que este movimiento ciudadano internacional se dirige hacia una organización política mundial. No juguemos la política del “todo o nada”. Acción política y acción económica, acciones locales y acciones globales se conjugan más bajo la forma de sinergias entre redes…


2. De experiencias locales de interés planetario a la constitución de nuevas redes internacionales

“La iniciativa económica no está reservada a los ricos ni es el monopolio de la empresa privada” J.P. Vigier, director de la Sociedad de Inversión y Desarrollo Internacional (SIDI), Francia.

Luego de la intervención militar norteamericana en Irak y la guerra, ésta devino una realidad central en el mundo, dado el modo insolente con el cual los Estados Unidos se deshacen del multilateralismo en materia de cooperación entre Estados; ¿es posible aún otra mundialización? Es la pregunta que mucha gente se hace o se rehace luego del periodo de calma entre 1989 (la caída del Muro de Berlín) y 2001 (la caída de las Torres de Nueva York). ¿Cuáles son las nuevas piezas que se colocan en el “rompecabezas” internacional? Más allá de las manifestaciones por la paz, en América Latina como en numerosos países de Europa y en Estados Unidos mismo, en este período se organizan nuevas redes: las del Foro Social Mundial de Porto Alegre en Brasil y que pronto será en la India pasando por la red de Encuentros Internacionales de Economía Solidaria iniciados por peruanos en Lima (1997), seguidos por canadienses de Quebec (2001) y pronto por senegaleses en Dakar (2005), los Encuentros de la Alianza por un Mundo Plural, responsable y solidario, los Encuentros de la Red Mundial de Actores del Desarrollo Local Sostenible, los del grupo internacional “Mujeres y Economía Solidaria” … hace falta sobre todo remarcar que las nuevas redes internacionales que se creen podrán apoyarse en las miles de iniciativas económicas alternativas que , al norte y al sur, rehacen el mundo, localmente por lo menos, inscribiéndose así en un vasto movimiento de la sociedad civil en el plano internacional. Además, las sociedades (y su Estado) están en la búsqueda de un desarrollo hacia una economía plural y de nuevas formas de democracia política. Es el caso del Brasil de Lula o de la Sudáfrica de Mandela. Un movimiento ciudadano internacional ha comenzado por lo tanto a hacerse escuchar pero sobre todo a organizarse sobre sus propias bases para animar y construir alternativas a la mundialización neoliberal.

Ciertamente son tiempos de incertidumbre, de gobernanza mundial en crisis, de cansancio de la ayuda pública al desarrollo, de catástrofes ecológicas angustiantes…, son tiempos de guerra en nombre, digamos, de la democracia y del desarrollo y son tiempos de consensos blandos alrededor de nociones tales como las de “participación”, “sociedad civil”, “democracia”, “desarrollo” en las instituciones internacionales. Pero son también tiempos de investigación en el seno de los Movimientos Sociales para pasar de una posición de “antimundialización” a una postura de “altermundialización”, tiempos para dar un nuevo contenido a estas nociones que inicialmente provinieron de movimientos sociales pero retomadas y edulzadas por las grandes instituciones económicas internacionales.

Aquí y allá, en África, en Asia, en América Latina como también en Europa y en Quebec (Canadá), las organizaciones y redes le vuelven a dar un sentido pleno y una fuerza de movilización y de transformación social. Citemos algunos ejemplos más visibles que otros. ¿Es el Banco Grameen solamente un banco para los pobres? No porque cuestiona la banca privada y aún las grandes instituciones financieras cooperativas y mutualistas. ¿Max Havelaar, y las iniciativas que le corresponden, no es sólo una simple etiqueta comercial equitativa? No porque cuestiona el comercio internacional y demuestra de que es posible comercializar de otra manera a nivel internacional. Con su política de presupuesto participativo, Villa El Salvador en Perú (350,000 habitantes) o Porto Alegre en Brasil (1.3 millones de habitantes), no son ellas en tanto municipalidades, las iniciadoras de un simple instrumento de gestión urbana? No, porque ellas cuestionan a la vez la insuficiencia de la sola democracia representativa y el desarrollo económico dominante.

Si bien estas experiencias han sido muy localizadas al inicio, han sabido, mientras que las examinábamos durante un largo periodo, cambiar no solamente su medio inmediato sino también el mundo cambiando de escala de acción para orientar lo “local” hacia lo “global”. Estas experiencias como miles de otras tienen ya un interés mundial, porque tienen en común el abrir un futuro al compartir de Norte a Sur, poniendo en marcha nuevos modos de organización colectiva, nuevas relaciones entre lo “social” y lo “económico” y nuevas relaciones entre lo “económico” y lo “político” a través de nuevos espacios públicos de diálogo social.

Los programas de ajuste estructural (PAE) del FMI han abierto una brecha en los modelos de desarrollo ya presentes en los países del Sur, lo que ha sacudido duramente a los Estados y poblaciones que han sufrido el contragolpe. Hemos asistido entonces a la aparición pujante de una economía llamada informal. Pero la sociedad civil ha utilizado esta brecha dando origen a innovaciones económicas y sociales de creación de riquezas. Haciendo esto, estas innovaciones han favorecido el primer desarrollo, es decir la reactivación de las economías locales, principalmente en el seno de los espacios abandonados por el desarrollo económico dominante (DED). Menos duramente trastornadas pero no menos afectadas, las sociedades del Norte también han vivido rupturas (crisis del empleo, crisis de la producción de servicios colectivos en las comunidades…) que han conducido, por prácticas a menudo inéditas, a la puesta en cuestión de su modelo de desarrollo.

Y estas prácticas de economía popular y de desarrollo territorial, de economía social y solidaria, de desarrollo local y regional, de democracia participativa… en resumen de “mundialización desde abajo” salidas de las ONGs, de sindicatos, de diásporas, de grupos de mujeres… han dado lugar finalmente, con resultados ciertamente variables evidentemente, a la puesta en cuestión de los antiguos contratos sociales nacionales (en el Norte y en el Sur) incluso han ayudado a modificar positivamente las políticas de algunas Instituciones Internacionales (OIT, PNUD..). Simultáneamente, estas prácticas han venido a confluir con las reivindicaciones llevadas por movimientos sociales internacionales para la anulación de la deuda de países subdesarrollados, la reforma de la ONU y sobre todo de las instituciones financieras internacionales, la lucha por el impuesto a los flujos financieros especulativos, el acceso de todos a los servicios básicos (acceso a agua potable, servicios sociales y de salud, servicios de educación…).

Temas socio-económicos adosados a otros temas más socio-políticos traducen así nuevas dinámicas de actores colectivos, que se apoyan principalmente en movimientos asociativos, cooperativos y sindicales, ONGs, gobiernos locales y asociaciones de productores: reagrupaciones populares, municipalidades que ponen en práctica políticas de descentralización (“presupuestos participativos”, “consejos de barrio”…), finanzas solidarias, mutuales de ahorro y de crédito o mutuales de salud, nuevos servicios de proximidad, redes locales de empresarios (micro, pequeñas y aún medianas empresas), diásporas convertidas en agentes de desarrollo, nuevas formas de cooperación internacional (más descentralizada, más colaboradora)… No, este inicio de siglo no es necesariamente desesperanzador ante las estrategias y políticas inéditas de desarrollo que han surgido no sólo a partir de innovaciones económicas y sociales de comunidades locales, de gobiernos locales o aun de Estados en respuesta a posturas locales sino también en respuesta a efectos provocados por la mundialización en curso. En resumen, nuevas regulaciones se han abierto paso desde las bases e interactúan con los Estados que siguen siendo –aunque esto desdiga a los neoliberales del Banco Mundial- los reguladores indispensables, que con el concurso activo de su sociedad civil, crean los nuevos lineamientos de desarrollo.

En suma, desde hace poco más de una década, se vienen diseñando nuevas tendencias, diferentes a las neoliberales: 1) nuevas formas de relaciones internacionales aparecen luego de las vividas en el marco de la polarización entre los Bloques del Este y Oeste; 2) una nueva escala de desarrollo económico y de democratización, a nivel regional y de colectividades locales, ha emergido no solo con fuerza sino con una acrecentada legitimidad; 3) surgen nuevos mecanismos de deliberaciones y de decisiones colectivas (gobiernos territoriales bajo la forma de “consejos de barrios”, política de presupuesto participativo, etc.).


3. Mundialización, sociedad civil, Estados, democracia y desarrollo: lo que está en juego en el Norte y en el Sur.

Luego del desmoronamiento del Bloque del Este consagrado con la caída del Muro de Berlín y después del choque en el bloque occidental luego de la caída de las Torres de Nueva York, hemos entrado a otro periodo. Con la caída del Muro de Berlín, la mundialización neoliberal pudo abrirse camino de manera radical por una ofensiva económica sin precedente, principalmente con el FMI y el Banco Mundial seguido luego por la OMC, provocando así una incertidumbre a escala no antes vista. Con el 11 de septiembre de 2001, a la creciente incertidumbre de esta mundialización económica vino a añadirse el temor de una ofensiva política y militar recurrente creando un clima permanente larvado de guerra, subterráneo y a escala del planeta. A esta incertidumbre y a este temor se unió un vacío de referentes compartidos, no siendo más el socialismo el espíritu común de decenas de países pobres del planeta como fue el caso en los años 60 y 70. ¿Cuáles son las respuestas a esta incertidumbre, a este temor, a este vacío de referentes?

Dos movimientos colectivos, que evolucionan en sentido contrario, han aparecido en la esfera de la influencia de esta nueva coyuntura internacional. Por un lado, un movimiento de repliegue de identidad, nuevas tensiones entre las culturas (principalmente entre el mundo árabe y musulmán y el mundo occidental cristiano), incluso enfrentamientos violentos y nuevas formas de terrorismo que tienden a ampliarse a falta de alternativas democráticas lo suficientemente fuertes, plausibles y convincentes. Por el otro, un movimiento de apertura y de búsqueda de nuevas vías llevado por las iniciativas internacionales de movimientos sociales tales como el Foro Social Mundial de Porto Alegre; movimiento de apertura igualmente llevado por proyectos de cambio social de algunos grandes países como Brasil en América Latina o Sudáfrica en el continente africano; movimiento de apertura también llevado por pequeñas sociedades como Quebec en Norteamérica o Mali en África Occiental; movimiento llevado en la América andina por proyectos de participación ciudadana al proceso de definición de nuevas políticas públicas (“Mesa de concertación de lucha contra la pobreza” en el Perú, “Veedurías ciudadanas” en Ecuador y “mecanismo nacional de control social” en Bolivia).

Además, no se deberían subestimar los esfuerzos de instituciones y programas internacionales como el FMI y el Banco Mundial: 1) la reflexión sobre el futuro de la especie, sobre el futuro del planeta, sobre el vivir en conjunto en el siglo XXI en la UNESCO (Bindé, 2000); 2) la reflexión e intervención de la Organización Internacional del Trabajo sobre las mutaciones de trabajo en el mundo (normas mínimas a respetar, protección social básica asi como el apoyo a la microempresa y a la economía social); 3) la reflexión e intervención a favor del desarrollo humano y al desarrollo sostenible en el PNUD; 4)…

Esta otra mundialización, la del movimiento de apertura antes mencionada, aún cuando sea modesta, ya está en camino, bajo el efecto combinado de la acción de los movimientos sociales, de la acción de la economía social y solidaria y de la acción de otra cooperación, la cooperación de igual a igual, la cooperación solidaria. Esta otra mundialización es un horizonte de renovación de la democracia y del desarrollo tanto en sus teorías como en sus estrategias (Favreau et al., 2003; Castel, 2002). Profundas transformaciones agitan el paisaje de la solidaridad internacional. Se permite soñar pero la situación exige un análisis más estrecho de la coyuntura internacional, una reflexión más a fondo sobre lo que es el desarrollo hoy y una reflexión más crítica sobre el alcance real de las prácticas económicas alternativas a la hora donde tantas experiencias inéditas en América Latina, África, Asia, Norteamérica y Europa ilustran potencialmente una renovación sustancial de estas nociones.

3.1 Conflicto y cooperación sobre las posturas internacionales.

Seamos claros en primer lugar sobre algo: los objetivos de los principales actores presentes son diferentes, hasta opuestos, aun si es a menudo difícil distinguir estas diferencias, ocultas por un vocabulario salpicado de principios tan virtuosos como la “lucha contra la pobreza” o la búsqueda del “desarrollo social”. En los tiempos actuales, casi todas las organizaciones internacionales parecen abrazar el mismo discurso de apertura invitando a la reforma del Estado, al respecto de las identidades locales o a la participación de la sociedad civil; lo importante es inscribirse dentro de una mundialización de los mercados considerada inevitable e ineluctable. Pero, ¿hablamos verdaderamente de las mismas cosas?

Para ampliar el tema, dos visiones de estas realidades coexisten. Por un lado, encontramos actores directamente comprometidos en el proceso de la mundialización. Se trata principalmente de nuevas capas de ejecutivos y gerentes de grandes empresas privadas y hasta públicas trabajando de común acuerdo con las grandes instituciones económicas internacionales. Por el otro, nuevos actores (grupos de mujeres, grupos de jóvenes, asociaciones de pequeños empresarios, ecologistas, sindicalistas, militantes a favor de los derechos humanos, etc.) que gozan del sostén de organizaciones no gubernamentales (ONG) y de otros organismos dedicados al desarrollo de las comunidades locales.

Para una buena parte de los primeros, la mundialización es y no puede ser más que neoliberal: el crecimiento económico exige una cura de juventud que pase principalmente por la privatización de las empresas públicas y la desreglamentación pues la intervención del Estado, estiman ellos, desanima al empresariado. Desde este punto de vista, el desarrollo pasa entonces por la reorganización del aparato productivo así como por la recomposición del espacio social y la relocalización de las empresas. Lo “local” y la descentralización juegan, a su modo de ver, un nuevo rol funcional de sustento a la emergencia o a la consolidación de polos competitivos eficientes en el plano internacional (Peemans, 1999). El desarrollo local y la economía popular, social y solidaria contribuyen, según su mirada, a atenuar el problema de la fragmentación social provocada por la mundialización neoliberal que suscita iniciativas que hace que las regiones pierdan, que las comunidades se empobrezcan, que las condiciones laborales de segmentos de la población se hagan más precarias. Pero es ahí donde se ubica la contribución de lo “local”, de la economía popular, social y solidaria y de la sociedad civil. Este sector de ejecutivos no se oponen a ello, pero la manera de abordarlo es por lo general tímida y bien acotada.

Para los que sostienen la segunda visión, no cabe duda que existe actualmente una dinámica de contra-tendencias favorables al desarrollo de “otra mundialización”, contra-tendencias en las que participan al mismo nivel el desarrollo local, la economía social y solidaria y más ampliamente la movilización activa de toda la sociedad civil. Si algunas comunidades y regiones permanecen aparentemente sin pronunciarse ante los efectos de la mundialización neoliberal, otros dan prueba por el contrario de un dinamismo en el cual las manifestaciones son a menudo inéditas. Y aun si los grandes proyectos reformadores (de tipo socialista, tercermundista, etc.) no forman más parte generalmente de su imaginario colectivo, la afirmación de identidad de estas comunidades y regiones, tanto en el terreno de la economía como en el de lo social, participa de una redefinición del desarrollo. Ella se concretiza por la instalación de nuevas instituciones y por la creación de nuevas ramas de desarrollo que son testigos de la capacidad de las iniciativas locales para influenciar a concepción y la realización del desarrollo a escala regional, nacional y aun internacional.

Como explican autores tales como Arocena, Debuyst y Peemans (Debuyst y Del Castillo, 1999), la economía social y solidaria y el desarrollo local se inscriben dentro de una correlación de fuerzas entre actores. La mundialización de lo “local” y de la economía social y solidaria es más que un nuevo fenómeno económico. Detrás de esta esfera de influencia, se perfilan posturas sociopolíticas relativas, por ejemplo, a la ocupación del espacio (el de los centros de ciudades), a la utilización de recursos públicos para el desarrollo de una comunidad o de una región, etc. Los que sostienen otro desarrollo intervienen en nombre de la reconstrucción del tejido social, en nombre de la gestión colectiva del medio ambiente natural para un desarrollo sostenible, en nombre del control por las colectividades locales y regionales de su propio desarrollo, en resumen en nombre de los derechos económicos, sociales, y ambientales de los ciudadanos. Mientras los que están a favor de la apertura completa de los mercados intervienen en nombre de la inscripción de las metrópolis en la mundialización, de la inserción de empresas en el mercado mundial, de la iniciativa empresarial (por oposición a las iniciativas adosadas a las políticas públicas voluntaristas). Tal es, en el plano socio-político, el contenido subyacente del componente conflictivo del desarrollo local y de la economía social y solidaria.

Para hallar soluciones a las tensiones provocadas por el choque de estas visiones muy diferentes, hace falta identificar zonas de cooperación y, si es preciso, inventar mecanismos de negociación entre lo público y lo privado, entre lo nacional y lo local, entre el Estado y las comunidades locales, entre el Estado y las regiones…” (Arocena, 1999), en resumen, producir ramificaciones institucionales donde se expresen estas tensiones alrededor de posturas concretas y se puedan transformar en proyectos colectivos. Es, por ejemplo, lo que comprendemos hasta ahora del proceso de institucionalización iniciado en Perú de una participación ciudadana para la elaboración de nuevas políticas públicas en el marco de la Mesa de Concertación de Lucha contra la Pobreza.

3.2 Los actores colectivos de otra mundialización: algunas tareas prioritarias

“Existen ciertas cosas que no repetiría si es que debiera comenzar de nuevo. Una de ellas es la abolición del gobierno local y la otra es el desmantelamiento de las cooperativas. Éramos impacientes e ignorantes”.
Julius Nyerere, ex-presidente de Tanzania (1984).

Los actores colectivos de la otra mundialización, y en primer lugar el movimiento ciudadano internacional entre los cuales se encuentran principalmente las OCI , tienen la tarea prioritaria de hacer progresar su visión de las cosas. Contrariamente al periodo anterior donde prevalecían grandes divergencias ideológicas y grandes polarizaciones, el momento parece propicio para los debates más abiertos y para las colaboraciones insospechadas entre, por ejemplo, las grandes instituciones clásicas del movimiento obrero (sindicatos, grandes cooperativas, mutuales y partidos políticos de izquierda) y los nuevos movimientos populares (de jóvenes, mujeres, ecologistas…) en torno a objetivos compartidos de desarrollo y democratización del desarrollo. Otras colaboraciones inéditas se perfilan también desde hace algún tiempo entre los movimientos populares y su gobierno local.

La primera batalla a llevar a cabo es evidentemente sobre la noción misma de desarrollo. La concepción “desarrollista” ha terminado. Los informes de fuentes internacionales cambiaron totalmente en favor de instituciones de Bretton Woods durante los años 80. Ellas literalmente rompieron la dinámica de desarrollo propia de los jóvenes Estados Nacionales del Sur iniciada en los años 60 y 70 (Peemans, 1997). La concepción neoliberal que ha prevalecido desde entonces, y que ha madurado durante mucho tiempo en estas mismas instituciones internacionales (FMI y Banco Mundial), está, sin embargo, muy lejos de haber pasado la prueba de éxito como lo demuestra con fuerza el ex – economista en jefe del Banco Mundial y Premio Nobel de Economía, Stiglitz (2002). Pero, luego de haber realizado una deconstrucción intelectual de ideas conservadoras, ideas, creencias y convicciones alternativas necesitan ser reconstruidas a través de nuevos canales institucionales: publicaciones, redes, conferencias, foros, sitios internet, que generan tantas ocasiones de hacer progresar estas nuevas ideas. Más que desechar la noción de desarrollo, creemos más justo el hacer nuestra, como lo hemos adelantado en algunos trabajos recientes, la idea de una pluralidad de modelos de desarrollo a través del mundo y de una pluridimensionalidad de desarrollo que tiene que combinar lo económico, lo social y lo ambiental.

¿Qué quiere decir? Que el concepto de desarrollo es no solamente útil sino que es un concepto clave y considerado como tal por investigadores tanto del Sur como del Norte (Sen, 2000; Bartoli, 1999; Lipietz, 1986; Sachs, 1996 y 1997). Frente a la mundialización neoliberal, estos autores llevan de nuevo al proscenio la necesidad de reafirmar la primacía de la sociedad sobre la economía y por lo tanto la importancia de combatir la exclusión social, buscar el empleo para todos, encontrar nuevas formas de regulación socio-política… Podemos sintetizar el pensamiento actual sobre el desarrollo de la siguiente manera: i) lo social debe estar al mando; ii) la economía debe ser considerada por lo que es, un instrumento de desarrollo, no un fin; iii) el medio ambiente debe constituir una nueva condicionalidad en las opciones económicas que se apliquen; iv) se impone la búsqueda simultánea de algunas grandes prioridades, principalmente el empleo, la construcción de instituciones democráticas y la distribución de la riqueza.

El movimiento ciudadano internacional y las ONG, organizaciones sindicales, ecologistas, de jóvenes, de mujeres, cooperativas… que forman parte de él en el mundo, están comprometidas, tácita o explícitamente, en la puesta en práctica de esta concepción pluridimensional del desarrollo poniendo por delante algunos grandes criterios para respaldar o animar proyectos. Ellas son, en efecto, guiadas por las siguientes líneas directrices: i) respaldar grupos que realizan la promoción de la democracia; ii) sostener proyectos que favorezcan el desarrollo de organizaciones populares; iii) sostener proyectos que favorezcan la promoción colectiva de mujeres y jóvenes; iv) apostar por proyectos capaces de suscitar alternativas económicas; v) apostar por proyectos que sitúan por delante una gestión popular del medio ambiente.

Pero la otra batalla que está comprometida se hace en el terreno político, en el de la democracia. Democracia y desarrollo van a la par. Sabemos que las economías industriales emergentes en el Sur no pueden desdeñar ciertas condiciones que han permitido el nacimiento de economías desarrolladas:

a) Una intervención vigorosa del Estado que cohabita vivamente con la sociedad civil para co-producir servicios colectivos.
b) Sociedades civiles fuertes animadas por movimientos sociales presentes en todos los sectores de la sociedad
c) Sistemas locales de intercambio provenientes de una estrategia de primer desarrollo, el de tejido económico local, sustrato esencial en el desarrollo económico de un Estado-Nación
d) Una presencia activa de gobiernos locales (municipalidades) en una perspectiva de democracia de proximidad y de prestación de servicios lo más cercana de las poblaciones.
e) Un ambiente favorable al empresariado, particularmente al de las empresas colectivas dejando de lado el esquema bipolar que hace del mercado y del Estado los únicos motores de desarrollo, en beneficio de una concepción plural que tome nota de la existencia de tres polos teniendo cada uno su aporte respectivo (OCDE, 1996)

Bajo esta perspectiva, ningún Estado puede prescindir de los gobiernos locales y de cooperativas en el desarrollo de su sociedad tal como decía bien el antiguo presidente socialista de Tanzania, Nyerere. Los gobiernos locales ofrecen las ventajas de la proximidad, es decir, la posibilidad de intervenir sobre cuestiones que conciernen a la organización de la vida cotidiana (servicios locales de transporte en común, equipamientos localizados de servicios de salud y servicios sociales, etc.) a una escala que es objetivamente accesible para la mayoría de ciudadanos y en un territorio, en verdad de geometría variable, pero susceptible de favorecer la pertenencia a la comunidad. La economía social y solidaria desde su ángulo favorece el despegue de comunidades locales y su inserción en el desarrollo económico general del país.

En los años 90, no sólo hemos asistido a un ascenso de lo “local” y del primer desarrollo, sino también a su transformación. En varios espacios internacionales de debate, más allá de las declaraciones oficiales, dos perspectivas que hasta entonces eran contrarias, finalmente se cruzaron:

a) La de las organizaciones de la sociedad civil que saben de ahora en adelante que miles de pequeños proyectos aquí y allá no constituirán nunca por ellos solos un desarrollo sostenible y estructurando una determinada escala (nacional principalmente). Un buen número de promotores de proyectos efectuó igualmente, por experiencia, un cuestionamiento de las orientaciones que les hacía impermeables a la institucionalización de sus prácticas y proyectos. Hasta cierto punto, eran incluso anti-institucionales, anti-estatales y anti-empresas. Actualmente, estas organizaciones buscan las condiciones para que las innovaciones locales de las que son portadoras puedan difundirse, lo que implica revisar sus informes a las instituciones, al Estado y a la empresa.

b) La de los Estados y organizaciones internacionales que descubren hoy la “ley de la proximidad” para reunir poblaciones locales, es decir una diligencia de colaboración activa con organizaciones de la sociedad civil para trabajar con las poblaciones de manera estructurada y motivar un proceso participativo de éstas en procesos de largo plazo.

A partir de este doble principio, la economía social y solidaria tiene un potencial a activar para situarse como espacio intermedio entre lo “local” y lo “global”. Por un lado, las organizaciones y redes de esta economía social y solidaria amplían sus colaboraciones para tener un peso en el desarrollo del conjunto y tener efectos estructurantes manteniendo al mismo tiempo su articulación local. Por otro lado, las ONGD que las apoyan tienen una inestimable contribución de educación, de acompañamiento, de soporte técnico y de apoyo financiero sin olvidar que cuentan con una batería de nuevas metodologías y son un canal de acceso para una parte de la ayuda pública al desarrollo. Es innegable su capacidad para trabajar con poblaciones en dificultad, en regiones o colectividades en parte desconectadas, económicamente o socialmente.

A partir de esta aproximación, vemos que el itinerario de 40 años de la noción de desarrollo lleva como resultado las siguientes conclusiones:

a) No es posible quedarse fijados en un modelo específico, el de la industrialización capitalista o el del Estado único Central “desarrollista”;
b) Debemos tomar en cuenta y valorizar los diversos niveles de desarrollo, ya sea i) lo local y el primer desarrollo (largo tiempo rechazado como obstáculo al desarrollo nacional; ii) lo nacional y la reconstrucción de Estados sociales (idea hoy desacreditada); iii) lo internacional y la constitución de nuevos modos de gobernabilidad mundial, y por lo tanto de regulación económica y política (desprestigiada en el nombre de una mundialización liberada de obligaciones);
c) Asociarse al empresariado colectivo para tener un efecto de palanca a fin de sacar a las organizaciones económicas populares de su marginalidad proporcionándoles un reconocimiento por parte de los poderes públicos (gobiernos locales principalmente), un status y una legislación que les sean justos, nuevos medios financieros, dispositivos de calificación de la mano de obra…

3.3 El desafío del desarrollo social: tres acercamientos.

Los países del Sur como los del Norte, desde principios de los años 1980, atraviesan un periodo de transición mayor. El modelo de desarrollo que inspiró las políticas de los “Treinta años Gloriosos (1945-1975) en el Norte se encuentra en crisis. Esta crisis del Estado-Nación no es solamente económica, es también una crisis de sociedad (de empleo, de trabajo, del Estado-benefactor , de valores, etc.). No obstante, las características de un nuevo modelo de desarrollo social han emergido estos años en un cierto número de experimentaciones económicas y sociales. Las iniciativas en curso desde hace una o dos décadas representan para nosotros los cimientos de este nuevo modelo en vías de formación mínimamente organizada alrededor de un eje que les es común: repensar la economía insertándola en la sociedad y no a la inversa.

Actualmente, los debates concernientes al futuro del desarrollo social (y por lo tanto al rol del Estado, de las transformaciones del mundo del trabajo, el papel de las regiones y de las comunidades locales, etc.) atraviesan toda la sociedad al nivel del planeta, al Norte como al Sur, y hacen aparecer discrepancias no solamente entre la izquierda y la derecha, sino igualmente al interior de la izquierda y de la derecha. Es esto lo que nos conduce a distinguir por lo menos tres visiones de desarrollo social que se confrontan en las transformaciones y los debates en curso. Se trata de las visiones neoliberal, social-estatista y solidaria.

La visión neoliberal: el todo al mercado. Aquí, el desarrollo social deriva simplemente del desarrollo económico tal como si fuera confeccionado por las leyes del mercado. Esta visión está omnipresente en varios países. Ha sido particularmente ejemplificada por la acción de los gobernantes conservadores ingleses de los años 80 y 90.

Bajo el modelo del Estado-benefactor desarrollado al Norte en el curso de los años 1945 a 1975, y del Estado desarrollista que emergió en los países del Sur entre los años 60 y 70, el Estado y el sector público asumieron un papel central en el plano de la financiación, de la planificación, de la gestión y de la producción de servicios. En el curso de estas décadas, el sector público ocupó un protagonismo en la escena. Los espacios asociativos (organizaciones comunitarias, grupos de mujeres, grupos ecológicos, grupos de jóvenes, etc.) sólo jugaron un papel complementario en la distribución de servicios a las comunidades. Sin embargo con el empuje de grandes organizaciones sindicales y de asociaciones de consumidores, el Estado vino a asegurarles algunas protecciones básicas (educación, salud, etc.). No obstante, las empresas del sector mercantil permanecieron con la casi exclusividad del desarrollo económico.

A partir de los años 1980, rompiendo con este tipo de regulación y preocupados por reducir los costos, los poderes públicos nacionales bajo la presión del FMI fueron acorralados al recorte sistemático de sus servicios públicos. Este escenario se caracterizó por una orientación centrada exclusivamente en la libertad de los consumidores, ocultando de golpe dos dimensiones cardinales: la de una ciudadanía activa y la del productor de servicios que las comunidades ponen en acción. En resumen, este acercamiento ha privilegiado y privilegia a los elementos individualistas de la libertad y la democracia política en detrimento de las formas colectivas de expresión y de acción. El reconocimiento de las organizaciones comunitarias ha sido utilizado nada más que para acelerar el rompimiento del Estado. El reconocimiento de estos últimos se ha limitado a la prestación de servicios y a la filantropía a fin de procurar un acompañamiento de proximidad a las personas con más dificultades. ¿No está allí la política del Banco Mundial desde 1995? Es la reactualización de una tradición liberal cuidadosa de la paz social donde el intercambio contractual en el mercado deba completarse con la ayuda dada a los pobres. Resultado final: una sociedad a dos velocidades.

La visión social-estatista: el todo al Estado. Desde una posición opuesta, la estrategia social-estatista opera una defensa incondicional del servicio público amenazado por la corriente neoliberal. Aquí, el desarrollo social deriva en primer lugar de la intervención del Estado. El servicio público se erigió en defensa de la pérdida de las conquistas sociales. El Estado ve así reafirmado su papel de prestador de servicios, y toda política de privatización o de descentralización, sea cual fuere la forma, será denunciada como una regresión social.

En la prolongación de su inclinación maximalista a favor del Estado, esta corriente de pensamiento está propensa a sustentar una relación jerárquica con el sector asociativo y de desconfianza con respecto a proyectos de descentralización del servicio público en dirección a las regiones y a las comunidades locales. A partir de este prisma, toda consolidación de colaboración entre el Estado y el sector asociativo se une a una forma de privatización. El reconocimiento de la economía social y solidaria, las ONGD y las asociaciones se convierten en sospechosas, como si solamente pudiera emanar de una mirada neoliberal.

Sin embargo, esta posición ha perdido estos últimos años buena parte de su fuerza de atracción al interior de los movimientos sociales. En efecto, numerosos interventores son conscientes de lagunas democráticas en el desarrollo de los servicios públicos, principalmente por la propensión a los defectos burocráticos, en especial allí donde éstos se habína desarrollado por mucho tiempo bajo esta modalidad.

La visión solidaria: para una co-producción del Estado con las asociaciones, las comunidades locales y las regiones. Aquí, el desarrollo social encuentra sus cimientos en una auténtica colaboración entre el Estado y las comunidades locales que se co-responsabilizan en el marco de una cierta reciprocidad. De esta manera se diseña la perspectiva de un Estado colaborador de la sociedad civil, a partir de espacios que permitan desarrollar una economía plural en la que otros componentes como la economía de marcado internacionalizada pueda tener derecho de ciudad, a saber iniciativas y reformas basadas en hibridaciones entre mercado, Estado y sociedad civil, oxigenada principalmente por la difusión de una cultura asociativa y cooperativa revitalizada.

Desde hace más de dos décadas, aunque limitadas por su impacto, existen iniciativas innovadoras y se comienza a tener en cuenta políticas públicas. Además, iniciativas propias de la región andina y de vuestro país (Perú), de Quebec en Norteamérica y de Mali en África Occidental, el Brasil de Lula y la Sudáfrica de Mandela pueden verse también como laboratorios originales de búsqueda de nuevas vías, gracias a algunas innovaciones institucionales que atestiguan la posibilidad de nuevas pasarelas entre la sociedad civil y el Estado, y a pesar de desvíos siempre posibles.

Son en primer lugar estos servicios de proximidad en las comunidades locales (comedores populares…) que se han hecho reconocer progresivamente como instituciones innovadoras y profundamente marcadas por la cultura asociativa, tanto por su cercanía a los problemas, su movilización de poblaciones locales como por su permeabilidad a las demandas sociales de las comunidades.

Son también, además en otros campos como el de la salud y los servicios sociales, relaciones inéditas que se han tejido al filo de los veinte últimos años, en ciertos países, entre el Estado y las organizaciones comunitarias que prestan servicios básicos (mutuales de salud por ejemplo) siempre buscando no encasillarse en la entrega de servicios. Estas iniciativas han sido las más de las veces, desarrolladas para responder a nuevas necesidades descuidadas por los servicios públicos. Ciertamente, el progreso de estas prácticas en un contexto de reconfiguración de un Estado en crisis no constituye un todo homogéneo y no puede ser interpretado de la misma manera por todos. Tenemos que considerar que el movimiento asociativo, con el correr de los años, y en varios dominios ha sido capaz de obtener un cierto reconocimiento social y político, tener un lugar en ciertos espacios de decisión, de tener un financiamiento recurrente, de cumplir un papel proactivo en ciertas políticas públicas, etc.

Otro ejemplo de colaboración activa entre estado y sociedad civil, tomada esta vez en el sector del desarrollo local. Las ONGs, aparecidas a mediados de 1970 o 1980, han colaborado en la revitalización de los territorios que han sufrido el impacto de la desindustrialización. Varias experiencias peruanas dan cuenta de ello. Ellas han desplegado iniciativas locales buscando conciliar objetivos económicos y sociales con colaboradores (privados y públicos) que les han estado pisado los talones. Sus prácticas interpelan a las instituciones públicas propensas a replegarse sobre ellas mismas y a reproducir la cultura burocrática.

Para nosotros, esta concepción solidaria del desarrollo social que se apoya en prácticas asociativas puede ser una de las claves para hacer que la economía y la sociedad sean más plurales y democráticas. Aquí, la sinergia no se hace más de a dos (el mercado y el Estado) sino de a tres (mercado, Estado y asociaciones). La cuestión no es Estado chico o estado máximo; es más a la calidad democrática de la acción del Estado y de las instituciones públicas. Esta calidad depende en gran parte de la capacidad de los poderes públicos para dejarse interpelar por estas iniciativas salidas de las comunidades y de las regiones y para aceptar descentralizarse, de la capacidad de co-producir servicios colectivos y de cohabitar en el marco de nuevas instituciones de gobernabilidad democrática.


4. Algunas ejes dinámicos de desarrollo social a nivel internacional en la última década.

Los economistas influyentes en ciertas instituciones internacionales que no tienen una visión neoliberal de las cosas como Stiglitz (2002) y Sen (2000) nos dicen que una estrategia de desarrollo puede ciertamente beneficiarse de una ayuda exterior pero que ella no tiene otra elección que ser una construcción social interna, cimentarse sobre su capital social, dominar sus políticas públicas, que la construcción de instituciones, dispositivos indispensables de todo desarrollo, es forzosamente, en primer lugar, un proceso endógeno. Estamos lejos de ello cuando sabemos que el peso colosal de los proveedores de fondos internacionales. Varias organizaciones y movimientos que no confunden la ayuda internacional con la cooperación, la lucha contra la pobreza y una estrategia de desarrollo, trabajan por salir de esta fuerte asimetría de la relación NORTE-SUR instituida por los proveedores de fondos internacionales. Estos movimientos buscan construir nuevas regulaciones alrededor de posturas internacionales concretas: seguridad alimentaria, reducción de emisiones de gas de efecto invernadero, lucha contra el Sida, estabilidad financiera, reducción de la fracturas numérica… Ciertos Estados, sindicatos, ONGs, colectividades locales, grupos de mujeres, asociaciones diversas… se han involucrado en ello encarnizadamente sobre el planeta en su conjunto. La ambición, el sueño de este movimiento ciudadano internacional, este entre otros, participantes del Foro Social Mundial de Porto Alegre, ¿no hace emerger una democracia internacional participativa? ¿De qué tipo de colaboraciones Norte-Sur y Sur-Sur somos hoy capaces para hacer emerger este nuevo multilateralismo? Algunas ejes nos demuestran el campo de posibilidades a este respecto.

4.1 Trabajo y desarrollo social

El punto de partida del desarrollo de las comunidades, es el espacio urbano o rural abandonado por el desarrollo económico dominante (DED). En otros términos, la mayor parte del tiempo, las barriadas o antiguos barrios obreros y populares, pueblos y regiones de la periferia de los grandes centros urbanos o de zonas rurales en decadencia. Antes que nada, la cuestión social debe entonces ser examinada por el lente de trabajo que es determinante: la reintroducción del desempleo masivo en los países desarrollados y la mayor importancia de la economía llamada informal en los países del Sur han movilizado las energías de numerosos movimientos sociales y favorecido, en un cierto número de casos, la introducción de políticas públicas nacionales e internacionales aptas a mantener la innovación en la materia.

La micro y pequeña empresa (MYPE) y más ampliamente el primer desarrollo forman parte de reconocimientos recientes que podemos sacar del análisis de actividades informales y de la importancia que ellas tienen con el tiempo para buen número de países del Sur. Pero el desarrollo de las economías locales y regionales no puede ser pensado únicamente en términos de mejoramiento de las condiciones de vida y de lucha contra la pobreza. Otra serie de preguntas también debe plantearse: ¿qué lugar ocupa la democracia (no solamente la única democracia de asociaciones) en este trabajo de desarrollo? ¿Qué lugar ocupa la dimensión política de trabajo de las ONGs y las asociaciones en el desarrollo de empresas locales? ¿Qué lugar ocupa la construcción de un Estado (al nivel local, los gobiernos locales, a nivel nacional)?

Han sido numerosos los repetidos fracasos al Sur. Ahí está el porqué de que estemos aquí una vez más y sobre todo hablando aún ahora de la conquista de un derecho, del derecho al desarrollo y prácticas económicas populares. Pero hoy son numerosos los ejemplos de renovación de desarrollo por este movimiento de economía popular creadores de empleos sobre bases de cooperación en el trabajo y simultáneamente de desarrollo de servicios de proximidad (restauración popular, grupos de compra, hábitat social comunitario y cooperativas de vivienda, comedores populares…), igualmente creadores de empleo y de cohesión social.

4.2 Finanzas solidarias, ahorro y desarrollo

El déficit de ahorro socializado caracteriza a numerosos países del Sur. Claramente, un ahorro del conjunto de la población, canalizado por instituciones financieras apropiadas, permite invertir y financiar el desarrollo de un país sin tener que depender sólo de inversiones extranjeras. Ello permite también de mantener gastos de infraestructura (acceso al agua potable, a la electricidad, a carreteras…). Ello permite evitar la dependencia crónica de una deuda extranjera tan enorme que puede conducir a la parálisis de un país o a un débil margen de maniobra. El ahorro local es entonces un poderoso factor para la puesta en marcha o consolidación de MYPEs y para la transformación de actividades económicas de supervivencia en empresas que disponen de una capacidad de acumulación. De rebote, ello es un factor de estabilidad política.

La socialización del ahorro colectivo y la capitalización de empresas de la economía popular para transformarlas en empresas sociales y solidarias son por lo tanto posturas de primer orden. Mutuales de ahorro y crédito, fondos de trabajadores, redes internacionales de financiación de proyectos al Sur… hacen progresar las cosas. En Quebec la experiencia del movimiento de las cajas populares Desjardins, con el tiempo convertida en la más importante institución financiera, ha sido demostrada largamente ya que se trata de un componente esencial del desarrollo de Quebec desde hace 30 años. No es privada sino cooperativa.

4.3 Desarrollo local y relanzamiento económico de comunidades

Megaproyectos de infraestructuras de producción energética, industrialización pesada, gastos públicos importantes formaban un conjunto en la estrategia “desarrollista” de los años 60-70 en el marco de la dinámica de dcscolonización y/o del despegue económico de los jóvenes Estados. El fracaso del proyecto está ligado, lo sabemos, no sólo a la dominación ejercida por los grandes países del Norte sino también por errores internos de estos jóvenes Estados (centralización de poderes públicos, mala gestión de bienes públicos, corrupción, ausencia de alternancia política, presencia indebida de militares, ausencia de organizaciones sociales autónomas…). Luego de esta estrategia ha venido la de los programas de ajuste estructural (PAE), primero en su versión “hard” (la privatización por todos los elementos y el descrédito del Estado social, servicios públicos básicos en educación, salud, transporte colectivo…); luego los PAE en su versión “soft” con el “buen gobierno” y el reconocimiento de la contribución de las ONGs en aspectos bien específicos de la realidad, el de la lucha contra la pobreza donde hemos tenido la tendencia a confundirla con el combate por el desarrollo. La multiplicación de experiencias de desarrollo local, de este movimiento de base pero ascendente que se ha encontrado o cruzado con gobiernos locales receptivos constituye una piedra angular de las nuevas estrategias de desarrollo de una sociedad.

4.4 Gobiernos locales, democracia y desarrollo

Varios trabajos sobre el desarrollo hacen resaltar que las municipalidades han sido conducidas a jugar un nuevo papel, tanto en el plano socio-económico tal que la revitalización de los barrios centrales, el sostén al desarrollo de iniciativas de inserción socio-profesional de jóvenes… como en el plano social a través del apoyo al desarrollo de nuevos servicios de proximidad o a su renovación al lado del trabajo más estrictamente de desarrollo económico (acogida de empresas) que ellas hacían tradicionalmente. El caso más ejemplar es el de Villa El Salvador en Perú, barriada de 350,000 habitantes en las afueras de la capital, Lima, convertida en una Comunidad autoadministrada que después dispone de una nueva municipalidad, además, de un parque industrial de 30,000 puestos de trabajo generados por el apoyo a la transformación de actividades informales locales.

El aporte de estos gobiernos locales al desarrollo es de comprometerse a una gestión desde la base pero ascendente preocupándose por establecer los vínculos y enlaces con niveles más amplios:

1) El desarrollo de servicios de proximidad por iniciativas de restauración popular, de grupos de compra, de hábitat social, comunitario y de cooperativas de habitación, de comedores populares…;
2) La localización y apoyo al desarrollo de nuevas fuentes de empleo en los sectores económicos en alza, tales como la recuperación y reciclaje de desechos, las actividades culturales...
3) El apoyo a la micro y pequeña empresa (MYPE) a través del desarrollo de asociaciones de pequeños comerciantes e industriales del sector informal, el desarrollo en cantidad y calidad de la formación de la mano de obra y de la comercialización colectiva de sus productos…
4) La creación de nuevas estructuras de financiación (fondo local de desarrollo, mutuales de ahorro y crédito…) para facilitar el crédito a estas iniciativas económicas y sociales
5) La co-producción de servicios colectivos con las asociaciones locales en el marco de políticas municipales y regionales descentralizadas (presupuesto participativo…)

4.5 ONG de desarrollo (ONGD) y solidaridad internacional

La mundialización en curso tiene esto de positivo, ella nos conduce a deber pasar de la ayuda al desarrollo a la solidaridad internacional. Si por un lado, ella pone en evidencia nuevas desigualdades y diferencias culturales muy importantes entre las poblaciones del planeta, ella permite también ver diseñar no solamente los problemas comunes (revitalización de los barrios en dificultad, ecología urbana, empleo, hábitat y salud, educación y servicios sociales…) así como ver también prácticas comunes de transformación social de nuestras sociedades respectivas. La ayuda al desarrollo Norte-Sur ha ido dando poco a poco lugar a la solidaridad internacional y a la creación de redes internacionales de debate, de reflexión y de compromisos en nuevas estrategias de acción colectiva a este nivel. La implementación de experiencias innovadoras aquí y allá, al Norte y al Sur, a la cual dedican toda su atención algunas redes internacionales de investigadores, constituye en si misma muestra de que otra mundialización emerge y que esta última trabaja para devolver la equidad en el planeta. Esto no es evidentemente suficiente. No sólo reunir experiencia sino también analizarlas y ponerlas en esta perspectiva, ofrece a nuestro entender, un muy buen medio de adelantar el movimiento general de una ciudadanía activa a escala mundial. El análisis y la puesta en perspectiva de estas experiencias pueden en efecto favorecer, más allá de las diferencias de países, cultura, continente, convergencias, líneas de fuerza comunes. Todo esto termina por inspirar, incluso aun dar lugar a nuevos proyectos de otros actores un poco por el mundo entero. Numerosos proyectos de organizaciones de cooperación internacional (OCI) del Norte se orientan de este ángulo dando así origen por ejemplo a iniciativas de comercio equitativas de numerosos productos alimenticios o producciones artesanales.

4.6 Nuevas redes internacionales

En los años 1990, la internacionalización de redes de organizaciones y de empresas colectivas ha tomado importancia. Varios encuentros internacionales han dado la medida de este nuevo impulso. Grupos de mujeres han iniciado intercambios internacionales que han llevado a la Marcha mundial de mujeres en el año 2000. El movimiento Jubileo 2000 es de la misma naturaleza. El fin de los años 90 marcó un avance en los esfuerzos para constituir redes internacionales de economía social y solidaria en una perspectiva Norte-Sur y Sur-Sur. El Encuentro Internacional iniciado por el movimiento peruano de economía solidaria de 1997 había reunido más de doscientos setenta y cinco (275) personas provenientes de ONGs y de asociaciones de treinta y dos (32) países (Ortíz y Muñoz, 1998). Alguno meses antes en Europa, la Conferencia Internacional sobre la Economía Social en el Norte y Sur había reunido en Ostende más de cuatrocientas (400) personas de una treintena de países (Defourny, Develtere y Fonteneau, 1999). En 1998, es Quebec el anfitrión de los Encuentros Mundiales para el Desarrollo Local (Carrefour quebequés de desarrollo local, 1998), luego, en 2001, el anfitrión del Segundo Encuentro Internacional de Economía Social y Solidaria (Favreau, Lachapelle y Larose, 2003). Y pronto se realizará en Dakar 2005. Alrededor del milenio, las relaciones internacionales entre redes nacidas de los movimientos sociales han, por lo tanto, superado una nueva etapa. Entre otras cosas, esta dinámica se intensifica luego del Tercer Foro Social de Porto Alegre en 2003 y durante la creación de Dakar en diciembre de 2002 de la Red Intercontinental para la Promoción de la Economía Social Solidaria (RIPESS).

Conclusión

Contamos con abundantes diagnósticos más o menos sabios sobre los problemas de nuestras sociedades, pero las soluciones son más escasas y son a menudo hechos puntuales que disponen de una débil capacidad de movilización. Los poderes públicos, tanto a escala nacional como internacional, carecen de visión y de políticas de desarrollo que evolucionen con el tiempo. Se ha privilegiado el corto plazo. Por tanto, las soluciones surgirán a través de la profusión de iniciativas económicas populares provenientes de comunidades, iniciativas caracterizadas por la autonomía de sus organizaciones, por la interdependencia de sus redes y por la durabilidad de sus intervenciones. Estas iniciativas no deberían ser eternamente locales: ellas deberían ser prontamente impulsadas por los gobiernos locales, los gobiernos nacionales así como por las instituciones internacionales como la OIT, PNUD.

El estado actual de las fuerzas y de las movilizaciones para este efecto no deben ser subestimadas ni en el plano político ni en el plano económico. Por tanto, el desafío permanente de multiplicar las escalas de intervención (local, regional y federativa, nacional e internacional) y de saber cambiar de estrategia de acción desde lo micro, es decir, la gobernanza democrática y también desde el nivel meso y macro para tener un peso en las políticas globales a nivel mundial.
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